GODZILLA
POR: ANTERO GARGUREVICH F.
“MI PRIMERA VEZ”
Aún recuerdo el rostro molesto de mi madre. No era la primera vez que rompía algún adorno dentro de la casa. “¡Carajo!, ¿No entiendes que no se puede jugar con la pelota en la sala?” gritaba mamá mientras contenía las ganas de darme una bofetada.
Avergonzado, y con la mirada hacia abajo no pensaba en más que en hacer alguna broma para animarla y hacer que olvide el único cuadro de su abuelo fallecido quebrado en el suelo. De repente, un sonido nos alertó y paralizó la llamada de atención. Era mi padre, quien ingresaba a la casa.
A diferencia de mi mamá. Papá era más comprensivo y solía mantener una gran sonrisa ante los problemas. “Rafa” como le decía de pequeño, era mi cómplice de travesuras y principal autor de mis buenas calificaciones en la escuela. Si él no estaba conmigo, las tareas no se hacían, y mucho menos se aprendían.
Mamá no paraba de quejarse de mi mala actitud y desobediencia, mientras tanto “Rafa” meneaba la cabeza dando una sensación de preocupación, sin embargo a escondidas me regalaba una sonrisa. “Hijo, anda a tu cuarto. Quiero conversar con tu madre” dijo luego de darse cuenta de lo incontrolable que estaba mamá.
Callado, y sin mirar atrás entre a mi cuarto y prendí la televisión. Cautelosamente, me encargué de que las puertas quedaran entre abiertas para poder escuchar su conversación. Todo parecía normal, ella gritaba y él escuchaba. Luego, justo cuando pensé que ya había terminado todo, una frase llamo mi atención. “Comprémosle una mascota” dijo papá.
Argumentando con gran sabiduría su posición. Papá decía que la mejor manera de fomentar algún sentido de responsabilidad y compromiso en mí era teniendo un compañero y alguien de quien hacerme cargo. Ante ello, mi madre mostraba su negativa y respondía diciendo que la casa no contaba con un ambiente especial para un acompañante más. Finalmente, y ante la insistencia de mi papá ella accedió.
Al día siguiente era sábado y papá no trabajaba. Yo, ya enterado de la noticia lo esperé bañado, cambiado y perfumado fuera de su recamara. Minutos más tarde, luego de mi angustiosa espera salió y con una malévola seña dijo “Vamos a traer a nuestro nuevo inquilino”. Emocionados los dos, subimos al carro con rumbo al mejor lugar para comprar una mascota: El Mercado de Magdalena.
Si quieres comprar a un animalito para la casa, no hay mejor lugar que en un mercado. Sobre todo si es aquel que está a algunas cuadras de tu casa, como en nuestro caso. Desde muy temprano, ambulantes te ofrecen canarios, loros, peces, tortugas, perros y gatos. Hay de todos los tipos y todos los colores. Lamentablemente para papá, ninguno de ellos llamó mi atención.

Con el animal sobre nuestras piernas, ambos nos miramos las caras mientras pensábamos en un nombre que le agrade. Para eso teníamos que tener en cuenta su inmóvil personalidad y amargo carácter. Entre las posibilidades estaban “Coco”, “René” y “Camaleón”. Sin embargo, ninguno de ellos nos convenció.
Ya en casa, el nombre de nuestro compañero era incierto. Papá, cansado por el trajín fue a descansar dejándome solo con la iguana. Mientras yo buscaba la manera de arrancarle una carcajada, el animal no paraba de comer. Sus ojos parecían estar pendiente de todo, su mirada era fija e intimidante a la vez.
Dormido junto a la jaula, un grito me despertó. “¡Ahhhh! ¿Qué es eso?” dijo mamá asombrada. “¡Es Godzila, un monstruo!” repitió, mientras yo le explicaba que era mi nueva mascota. Finalmente de algo sirvió el alboroto, el nombre de la bestia ficticia japonesa sería el nombre de la mascota, Godzilla.
Como era de esperarse, una iguana no es el mejor animal para el hogar. En menos de los tres meses que convivió con nosotros destruyo libros y mordió a más de un visitante. Además su excremento cubría la casa, y el olor era casi insoportable. Era su fin. Mamá quería matarlo, y peor aún, papá ya no decía nada.
Antes de que Godzilla termine ejecutado por la puntiaguda escoba de mamá, decidí salvarlo. Tomé a la iguana y la puse en mi hombro. Aquel día caminé sin rumbo conocido. Las horas pasaban y los nervios se apoderaban de mí por no saber qué hacer con el animal. Godzilla parecía divisar su futuro y temblaba pegado a mi cabeza.
Inesperadamente y como un milagro encontré un parque. Era amplio y de grandes arbustos, la gente era escaza, cuadras más allá estaba el amar. Este parecía el lugar adecuado para Godzilla. Me despedí entre lágrimas y gritaba adiós mientras me alejaba. Godzilla parecía despedirse y apostado en un árbol movía la cola como entendiendo la situación.
Hoy, luego de muchos años aún recuerdo su feo rostro e inmóvil sonrisa. Ruego que este bien y no le falte nada. De seguro corrió muchos riesgos. Es más, saber si aún está vivo es impreciso. Para su mala suerte, una semana luego de dejarlo me enteré que frente a ese parque había una escuela canina. Eso, de seguro no le gustó.
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